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Librosimperdibles

Está de moda el cerebro ¡hip!

El mes más cruel y la primavera han provocado que en La playa nos hayamos puesto estupendos: el otro día nos dio por escribir sobre Mesopotamia y hoy nos vamos a dar a la neurociencia.

No se asusten. Lo que ocurre es que el cerebro se ha puesto de moda (eso me dijo el otro día un señor) y hay que estar a la última para no quedar como el panoli del bar, a ver cómo vamos a opinar si no acodados en la barra.

David Eagleman, un tipo que en estos tiempos podría ser descrito como joven (apenas sobrepasa los 40), acaba de publicar en Anagrama Incógnito. Las vidas secretas del cerebro.

Para ser una obra de neurociencia, es un libro que perfectamente podríamos leer en La Playa: es claro, divertido y engancha. Uno de los mayores logros de Eagleman es ofrecer al lector imágenes atractivas y buenas analogías, buenas barandillas a las que agarrarse en el ascenso hasta el cerebro. (A la chica esta imagen le parece tan manida como el propio pasamanos). El libro comienza con este tono de peli de ciencia-ficción (Este tío es un motivado):

“Mírese bien en el espejo. Detrás de su magnífico aspecto se agita el universo oculto de una maquinaria interconectada. La máquina incluye un complejo andamiaje de huesos entrelazados, una red de músculos y tendones, una gran cantidad de fluidos especializados <nos fascina este concepto>,y la colaboración de órganos internos que funcionan en la oscuridad para mantenerle con vida. Una lámina de material sensorial autocurativo y de alta tecnología que denominamos piel recubre sin costuras su maquinaria en un envoltorio agradable.”

Después llegan las comparaciones impactantes con las que el freak de los datos pretende adornar su conversación con mayor o menor don de la oportunidad:

“Una neurona típica lleva a cabo unas 10.000 conexiones con sus neuronas adyacentes. Teniendo en cuenta que disponemos de miles de millones de neuronas, eso significa que hay tantas conexiones en un solo centímetro cúbico de tejido cerebral como estrellas en la galaxia de la Vía Láctea. (…) Si representara estos miles y miles de billones de pulsos en su cerebro mediante un solo fotón de luz, el resultado que se obtendría sería cegador.”

El problema sobre el que escribe Eagleman es tan viejo como la filosofía: ¿podemos hablar de dualidad mente-cuerpo?, ¿qué es la conciencia?, ¿pueden nuestros pensamientos ser explicados mediante la biología? (Buf, y ahora empieza con la filosofía).

- Fermín, otra caña, por favor.

De nuevo el nerd, tan caballeroso, extiende sus analogías sobre el charco para que la chica pueda cruzarlo sin salpicarse:

“Somos el único sistema del planeta tan complejo que ha emprendido la tarea de descifrar su propio lenguaje de programación. Imagínese que su ordenador de mesa comenzara a controlar sus propios dispositivos periféricos, se quitara la tapa y dirigiera su webcam hacia su propio sistema de circuitos.”

Eagleman cuenta el caso de un investigador que en su viaje por el mundo se llevó una grabadora y recogió la voz de un indígena que, cuando se escuchó a sí mismo hablar en aquel aparato le acusó de haberle robado la lengua. Su actitud nos puede parecer tan ingenua como la de los indios que temían que la cámara de fotos les robara el alma, pero nosotros, tan perspicaces y tan borrachos ya a estas alturas de conversación neurocientífica de barra de bar, no hemos avanzado mucho más: algo tan aparentemente inmaterial como los pensamientos se ven afectados cuando alteramos nuestro estado físico mediante los cigarrillos, el café, el alcohol, las drogas, el deporte. No digamos ya si sufrimos una lesión cerebral.

Casi nada de lo que hacemos lo hacemos de forma consciente. La conciencia no es más que la punta del iceberg: no puede pretender llevarse los laureles sin reconocer toda la maquinaria que subyace debajo. Si la conciencia ha llegado a desarrollarse será porque tiene sus ventajas, siempre que no interrumpa demasiado. (Eso mismo, que no interrumpa demasiado)

“La mente consciente no se halla en el centro de actividad del cerebro, sino más bien en un borde lejano, y no oye más que susurros de la actividad”. (Madre mía, ahora se pone poeta.)

El equivalente astronómico sería la revolución copernicana (aquí la chica ya no puede más y cambia las cañas por una copa de coñac): como la tierra, la conciencia ha dejado de ser el centro. Pero nada de panic en el Titanic: todo un universo se abre a nuestra observación (o, mejor dicho, permanece oculto a ella, pero ahí reside la gracia, tanto por explorar, tantas cañas por tomar y tantos pensamientos por alterar). Cuando alguien quiere saber lo que sucede en una ciudad no pretende conocer todos y cada uno de los hechos que están teniendo lugar en todos y cada uno de los momentos, sino que busca un periódico y lee un resumen: nuestro cerebro es la ciudad y nuestra mente consciente es el periódico.

Cuando tenemos una idea o una ocurrencia creemos que el mérito es nuestro, pero para que tal genialidad haya llegado a suceder nuestros circuitos nerviosos han tenido que estar trabajando en ello horas, días o incluso años. Así es como distintos ilustres describen su momento de inspiración: Maxwell cuando unificó electricidad y magnetismo, William Blake cuando escribió su poema Milton de 20 en 20 versos, Goethe cuando se plegó a los movimientos de su pluma para plasmar Las desventuras del joven Werther o Coleridge sacando de sí gracias al opio su poema Kubla Kahn.

Las maquinaciones del cerebro son secretas.

- Ya lo dijo Jung: “En cada uno de nosotros hay otro al que no conocemos”.

- ¿Qué?- El nerd se sorprende: es la primera vez que la chica abre la boca.

- Sí, y esa canción, Damage brain. -La chica comienza a tararear haciendo girar el coñac en la copa: “There´s someone in my brain, but it´s not meeeee…”

- ¿Eso es de Kurt Cobain?

- No, joder, ese es el tema que los cabrones de Pink Floyd le dedicaron a Syd Barret cuando las drogas se hicieron con las riendas de la masa rosada de kilo y medio que le llenaba el cráneo de la cual me llevas hablando la última hora.

Fermín, otro coñac, por favor. Y que sea doble.

David Eagleman. Incógnito. Las vidas secretas del cerebro. Anagrama, 2013.

Dónde comprarlo: librería internacional Pasajes.

 

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