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Crónicas

El Traje, de Juan Cavestany

Luis Bermejo y Javier Gutiérrez

El traje no es exactamente una comedia. Más bien es un híbrido entre comedia y thriller, género con asentada tradición en el cine español de las últimas décadas. Reír te ríes bastante -lo sé porque me he reído y tengo menos humor que una piedra-, pero el estado de ánimo se describe más bien con la frase “con el corazón en un puño”. El corazón apretao en el puño de un traje.

Sobre el argumento solo diré:  Dos clientes se han peleado por un traje en las rebajas de unos grandes almacenes (No se menciona al Corte Inglés, pero más claro agua). El jefe de seguridad interroga a una de las partes implicadas en el sótano. Ese el punto de partida.

Está hecha con lo mínimo: Dos actores y un escenario muy desnudo. Parte importante de la acción se nos escamotea en el espacio en off, al que solo podemos acceder por lo que oímos y, de forma excepcional, por lo que vemos en un monitor de televisión. Este minimalismo nos prepara desde el principio para una gran interpretación de los actores: Luis Bermejo y Javier Gutiérrez. Sabemos que van a tener que llenar todo ese espacio vacío con emociones.

Y lo hacen muy bien. Luis Bermejo (protagonista de El Señor) está excelente en su ambiguo personaje, entre entrañable y psicópata. Estamos acostumbrados a reconocer en seguida a este tipo de personaje porque es el pulso que eligen muchos malos de Hollywood, aunque la mayoría lo resuelven con mucho peor arte. Bermejo está muy sutil, a ratos da penita y a ratos miedo. La escena del tiovivo (tranquilos, no hay spoiler) es excelente, y por momentos nos parece ver a una cucaracha de Kafka. Eso es altura dramática.

Javier Gutiérrez, que tiene un personaje menos caramelo -es decir, menos lucido desde el guión-, lo va rizando, rizando, hasta ponerse a la altura de su compañero. Su personaje tiene que cambiar mucho el registro y aun así resultar creíble. En su mano está la elástica cuerda de la cordura-locura de la escena. De vez en cuando tira de ella para intentar ponerlo todo de nuevo en su sitio, en “lo normal”. Pero claro, ni ellos ni nosotros tenemos una idea clara de qué es lo normal.

En su lectura más explícita, la obra es una metáfora sobre los desbarres a que nos lleva nuestra actual situación socioeconómica, con guiño a la trama Gürtel incluido. Pero, como toda dramaturgia que merezca la pena, puede suceder en la España del 2012 o en la Alemania de Weimar, tanto da.

Dos son los protagonistas y dos los actores, pero las escenas pertenecen también a dos secundarios invisibles a los que no interpreta actor alguno:

El traje. Me gusta ir a las obras sin saber nada de ellas de antemano. Así, con sólo el dato del título, son muchas las historias que se construyen en mi cabeza antes de ver la real. El traje me sugería sobre todo la famosa imagen del antipolillas Polil, un traje rígido sin nadie dentro, pero que está vivo. Y es cierto que en el argumento de la obra el traje es algo más que un macguffin colgado de una percha: es un personaje más de la historia, en este caso un tercer señor (aunque sin cuerpo dentro) que presencia estupefacto toda la situación con los dos protagonistas. ¡El pobre traje no ha hecho nada que no debiera! Iba a tener un destino importante. Y no: acaba en un sótano de lo más vulgar.

La señora. Cavestany utiliza un personaje funcionalmente similar en su corto Ramona (puedes verlo en youtube). Un personaje cuya sola existencia al fondo dinamiza una relación entre dos. Podemos llamarle “La tercera persona” y, de hecho, hay un relato de Henry James con ese nombre en el que un personaje realiza esa misma función. El de James es un fantasma que se le aparece a dos primas solteronas del más grotesco modo. El de Cavestany es una señora, casi fantasmal, que determina la relación entre dos señores, y pese a no tener cuerpo físico consigue su propia evolución como personaje, también muy grotesca.

El traje y la señora tienen ambos una historia propia por explorar…

No sé si influida por la obra cinematográfica de Cavestany me pareció estar viendo una película en vivo. Incluso me pongo a recordar la obra y la recuerdo en blanco y negro, veo panorámicas, travellings… Cosas raras que me pasan. Pero en el teatro podrías gritar o prender fuego a la sala y el argumento se detendría. Por eso mola más el teatro, porque aunque no uses esa carta -el público se suele portar bien, quietecito en su butaca sin interrumpir ni opinar- siempre tienes la oportunidad de ser tú la tercera persona.

El Traje está todavía en escena, hasta el 25 de noviembre. Consulta los datos de horario etc. en nuestra agenda.

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