Jardín del Príncipe de Anglona

Por Ms. Wonderly, en 6 April, 2017

Un plan a la europea: mantita, un libro y el jardín del Príncipe de Anglona. Es un jardín pequeño, aristocrático y asombrosamente poco transitado para estar, como está, en pleno centro de La Latina. Algo tiene -¿sortilegio morisco, altos muros?- que mantiene fuera a las masas. Doy fe de que hasta un domingo, en contraste con el mogollón en la plaza de la Paja, el jardín está misteriosamente tranquilo.

No hubo un único Príncipe de Anglona desde 1761 en que se diseñó el jardín hasta ahora -y sería lindo, pues estaríamos hablando de un príncipe vampiro. Pero no: el jardín toma su nombre del Palacio que existía un par de siglos antes, y que perteneció al apellido. Ahora es del Ayuntamiento, abrió al público hará diez años.

Estética morisca, o más bien la idea que de lo árabe tenía el francés que lo diseñó, Nicolás Chalmandrier. Dos fuentes, de las cuales solo una es original. Los caminos que lo recorren tienen un pavimento muy particular, parecido a la espina de un pez, cuyo nombre me encanta: “ladrillos aparejados a sardinel”. La rosaleda está muy hermosa aunque desnuda. El almendro en cambio, está que se sale, como están ahora los almendros. Sobre todo conmueve ver camelias, flor romántica por excelencia desde el libro de Dumas. Por último, un alto cenador en una esquina le presta un gracioso esnobismo, como si un jardín tan mínimo estuviese necesitado de áreas.

Se asienta sobre un desnivel muy brusco, que le vale el apodo de “jardín colgante”. Sus altos muros parecen casi de contención. Y no hay ninguna puerta que dé a la calle Segovia, solo muro.

En primavera el caracol saca sus cuernos al sol. Tengas cuernos o no, seguro que el cuerpo te pide levantar acta de cómo la naturaleza, o el trocito que queda de ella, se va desperezando… uaahh.