Que las ediciones de la editorial Valdemar son unas de las más cuidadas e importantes de este país no es cosa que vayamos a descubrir ahora. En esta línea de excelencia, en el año 2001 Valdemar editó una recopilación llamada «Carnacki, el cazador de fantasmas», cuentos de terror y misterio escritos por el inglés W.H. Dodgson.
Se trata de relatos narrados en una mezcla de primera y tercera persona donde, al más puro estilo gótico, el protagonista cuenta la historia después de una introducción que narra un secundario —el propio autor—; reunión que en algunos casos viene a ser una cena, un encuentro casual… Vienen a la memoria los relatos de misterio de Alexei Tolstoi o de Mauppasant. En este caso el narrador es un caballero inglés que recuerda al Holmes de Arthur Conan Doyle; solo que en lugar de resolver crímenes, este investigador es consultado para desentrañar enredos de corte paranormal; ya sea la amenaza de una pareja por una maldición en forma de caballo fantasmal, como los violentos ataques que, en alta mar, sufre un viejo barco mercante. Carnacki invita a cuatro amigos a cenar, allí charlan animadamente para más tarde reunirse en la biblioteca, en donde el protagonista les narra su último enfrentamiento con el mundo de los espectros o el desenmascaramiento de un fraude, que de todo hay.
William Hope Hodgson nació en 1877. No cabe duda de que debió ser un hombre curioso: fue marino y fotógrafo —llevado por ese afán naturalista de la época, capturó imágenes de las plagas de gusanos que infestaban la comida de los marineros; de huracanes y relámpagos, tiburones, auroras polares—; montó un gimnasio en donde enseñaba rutinas de ejercicio personalizadas, y hasta defensa personal —hubo de aprender boxeo para lidiar con los marineros que le maltrataban mientras fue grumete—. A lo largo de su vida profesional no le acompañó la fortuna, y terminó probando suerte con la literatura. Escribió cinco novelas, y de todo corte, desde el misterio a la ciencia ficción, muy influido por Poe, por Verne y Doyle. En 1911 comenzó a publicar en la revista The Idler los relatos de Thomas Carnacki, inspirados en el Hesselius de Le Fannu o el detective de lo oculto John Silence de Algernon Blackwood —también publicados por Valdemar.
Hay que enmarcar estos relatos en su época y han de ser leídos como fenómenos de su tiempo, tan influido por el misterio y lo paranormal, muy superados hoy por años de cinismo y gore cinematográfico. Acaso el punto más interesante con que cuenta el Carnacki de Hodgon es ese corpus científico con que el autor dota a los fenómenos de tipo paranormal. Explica hipótesis que clarificarían el modo de proceder de una maldición o de un fantasma; que quizás a día de hoy puedan parecer algo naif, pero que en el fondo resultan deliciosas. Los relatos de Carnacki son el perfecto entretenimiento de aquellos que disfruten del gótico; y en ellos encontrarán infestaciones fantasmales y posesiones, maldiciones, fraudes; todo ello desde un punto de vista cientifista, pues Carnacki se vale de numerosos aparatos que le ayudarán a clarificar —y enfrentar— estos misterios.
Una de las cosas que diferencian a Carnacki del Silence de Blackwood es que, a diferencia de este último, Carnacki no es un héroe frío y seguro: en más de una ocasión se deja llevar por el pánico, pues ante todo es un hombre que —como Hodgson— ha conocido el peligro verdadero. William Hope Hodgson fue un hombre valiente: con poco más de veintiún años recibió la medalla al heroísmo después de salvar de los tiburones a un compañero que había caído por la borda. No solo se alistó en la primera guerra mundial sino que, después de caer herido por un traumatismo en la cabeza, volvió a alistarse. En esta ocasión, un obús destrozó su cuerpo. Tenía cuarenta y un años.
Yo he leído algunos de los relatos, pero me parecían muy repetitivos y lo dejé.