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Pink Ludwig

“Un beso también es un rito y no corrompe, pero sólo debe permitirse el rito en la medida en que sea tan auténtico como un beso”

¿Quién ha escrito esto? ¿Corín Tellado? ¿Una asesora sentimental de alguna revista femenina? ¿El último gurú de la autoayuda?

Nada de eso. Son palabras escritas en 1930 por Ludwig Wittgenstein (1889-1951), el autor del tan célebre como áspero Tractatus Logico-Philosophicus. Recuerda las clases de filosofía de COU: “Sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar”. ¿No te lo crees? Pues espera, que aún hay más:

“La deliciosa diferencia de temperatura de las partes del cuerpo humano” (1931).

O esta otra:

“Todo lo que me sale al encuentro se me convierte en imagen de aquello sobre lo que pienso. (¿Será esto una cierta disposición femenina?)” (1937).Ludwig Wittgenstein

¿Sorprendidos ante este Ludwig de carne y hueso? Un poco, reconocedlo, sobre todo porque es el mismo que escribió:

“Mi ideal es una cierta indiferencia. Un templo que sirva de contorno a las pasiones, sin mezclarse en ellas” (1929).

Este libro recoge algunos de sus pensamientos de 1914 a 1951, desde sus sweet 25 hasta el año de su muerte.

“Cuando algo es bueno, también es divino. Extrañamente así se resume mi ética” (1929).

Reflexiones sobre los valores de la Europa de la primera mitad del siglo XX:

“Nuestra civilización se caracteriza por la palabra “progreso”… Es típicamente constructiva… No me interesa levantar una construcción, sino tener ante mí, transparentes, las bases de las construcciones posibles” (1930).

El deber de un genio, así se tituló en español la biografía de Ray Monk sobre Wittgenstein. Pero, ¿qué es un genio? El genio responde:

“El genio no es “talento y carácter” sino carácter que se manifiesta en la forma de un talento especial” (1939-1940).

Nuestro genio se despacha sobre eso que hemos dado en llamar “cultura” y escribe sobre el cine, el norteamericano frente al inglés. La arquitectura de Adolf Loos y Paul Engelmann: “La buena arquitectura expresa un pensamiento” (1932-1934). La literatura de Shakespeare, Goethe, Tolstoi. La música de Bach, Beethoven, Brahams, Mahler, Mendelson, Mozart, Schubert, Schumann, Wagner. La filosofía de Sócrates, Platón, Leibniz, Kieerkegaard, Schopenhauer, Nietzsche: “La filosofía no hace en realidad ningún progreso” (1931).

En sus palabras encontramos al incansable:

“Si el lugar al que quiero llegar estuviera al final de la escalera, renunciaría a alcanzarlo… Lo que puedo alcanzar con una escalera no me interesa” (1930).

Pero sus mejores aforismos, con diferencia, son aquellos en los que reflexiona sobre el lenguaje y sobre la religión.

“El lenguaje es un refinamiento, en el principio era la acción” (1937).

“Dios permite que cuatro hombres relaten la vida del hombre-dios, cada uno de modo distinto y contradiciéndose… para que la letra no encuentre más fe de la que se le debe y el espíritu conserve su derecho” (1937).

Y así hasta 504 aforismos, precedidos de un iluminador prólogo de Javier Sádaba que nos invita a leer a Wittgenstein en clave judía, pues judía era la sangre que corría por sus hermosas venas, independientemente de que su abuelo Hermann se convirtiera al catolicismo y pasara a ser Hermann Christian.

Bello Ludwig, a lo que íbamos. Los besos. Como rito o como corrupción. Sólo espera a que suba por la escalera.

Ludwig Wittgenstein, Aforismos. Cultura y valor. Austral, 2013. 

Dónde encontrarlo: en todas estas librerías.

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