‘Últimos días en el Puesto del Este’, de Cristina Fallarás

Perro malo, libro bueno

Recuerdo una entrevista a Sigourney Weaver en torno a la presentación de Alien 3 en la que la intérprete hablaba de cómo había sido el proceso de raparse la cabeza por necesidades del guión.

La actriz comentaba que, para que su hija recién nacida no sufriese el trauma de ver cambiar la apariencia de su referente más cercano, lo había hecho progresivamente y con cuidado, como solamente una madre sabe hacer.

La Polaca, el personaje principal de Últimos días en el Puesto del Este, última novela de Cristina Fallarás, no tiene tiempo de raparse con esmero ante sus hijos. Lo hace prácticamente abriéndose en canal, con unas tijeras de cocina.

Lo hace segando y luchando contra la resistencia de las raíces, contra una mata que se le rebela y que revela.

Esta mujer, que habita en una distopía de polvo y barro, también es una madre feroz en una lucha interior encarnizada, que se desmenuza en un monólogo poético y epistolar, muy femenino y también muy punk.

Esta poesía chorrea, mancha las manos y no se detiene. Aquí apenas hay luz. Cada uno de los diez capítulos del libro responde a una noche de la protagonista, en la que avanzamos a tientas guiados por una escritora con los ojos en blanco. En estado de sitio y de gracia.

Estamos ante una obra sepulturera, con algunos ecos de McCarthy y, quizás, de la trilogía de Rafael Pinedo (Plop, Frío y Subte).

Una pieza muy cabrona, porque te lleva siempre por el mal camino y, cuando te hace creer que vas a descansar, te asesta otra puñalada trapera.

Cortes pequeñitos que matan despacio.

Durante estas últimas noches en el Puesto del Este asistimos siempre a la imagen demoledora más perfecta e inesperada que podamos imaginar. Como, por ejemplo, esas hostias sagradas que nos persiguen durante toda la primera parte del libro; esas benditas obleas que fabrican las monjas y su reverso mundano: los moldes en los que se inscriben, que terminarán por venderse como golosinas en última instancia.

La misma materia, la misma forma, aunque distintos contenidos.

En este estado mental en el que afloran las emociones de la obra, Cristina Fallarás parece tener siempre otro as en la manga. La primera parte se centra en la situación de la protagonista, presentando a los niños casi en el ecuador de la narración y finalizando, cuando creíamos desfallecer, con una visión directa de los infantes, con nombres y apellidos.

Porque, con nombres y apellidos, cualquier tragedia duele el doble.

Una preciosa distopía contemporánea, imposible de esquivar, con pilares profundamente asentados en el fango de esta nueva realidad que asfixia.

Esperando a un Godot miserable. Presentando muy bien lo impresentable.

Últimos días en el Puesto del Este. Cristina Fallarás. Ed. Salto de Página, 2013. Enlace