Si con el verano afloran auténticas barbaridades que hacen del estilismo una fosa séptica, no os vayáis a pensar que el invierno es manco. Id a la Plaza Mayor en Navidad. Es un ruego que os hago. Ya veréis como después me lo agradeceréis. Es como esas ferias gastronómicas donde se seleccionan los mejores productos y se exhiben. Solo que aquí se escoge lo peor y no se come, se pone. Amén de los artículos de broma y las baratijas del belén, estoy deseoso por saber cuál es el gorrito que se pondrá de moda este año. El de Papá Noel es lo que Georgie Dann a la canción del verano, un clásico infalible. Están las diademas de cuernos de reno, incluidas sus variantes lumínicas. Y el abeto, tan sencillo como inasumible. Y quizás uno de los más irritantes, el muelle con borla en la punta, que invalida como humano reproductor a quien lo lleve.
Lo curioso del caso es que incluso los más impenitentes meapilas, aquellos que no han hecho un calvo en su vida, esos que se bañaban en la piscina con calzoncillos bajo el bañador para que no se les viese el pito, aquellos que siempre dicen “uy, no…”, terminan cayendo en la trampa y se encasquetan una chorrada en sus cabezas. ¿Será el lugar? ¿Será el tiempo? ¿Será el “ambiente navideño”? Puestos a dar una explicación me inclinaría por la bebida. Pero no podemos quedarnos ahí. Por eso se hace necesario ir a la Plaza Mayor ahora. Mientras los niños te petardean los pies y todo huele a bomba fétida, es momento para la reflexión. ¿Por qué una peluca a lo afro en Navidad? ¿Por qué gorros de bufón? ¿Qué ocurre en la cabeza? ¿Serán los yanquis y su parafernalia? ¿Tendremos en Semana Santa que ponerle a Cristo unas gafas de Elvis de las que incluyen patillas?
Estas y otras cuestiones son las que me interesa desentramar, y os conmino a que lo hagáis también vosotros. Bienvenidos al mundo de la cuchufleta. Feliz Navidad. Gloria a Dios y al espumillón.
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