Lamento confesar que, pese a mis muchas primaveras, no había pisado nunca un festival. Mi rollito decimonónico no entendía el concepto.
Todo arte, pensaba, debe tener una expectación: lo que te prepara para un acontecimiento. Cuando vas a ver un concierto te vistes, te maquillas, quedas con acompañantes un rato antes, te pides un copazo mientras los músicos se retrasan. Todo gira alrededor del concierto. Y cuando ha terminado, lo mismo… “Estuvieron mejor o peor aquella vez, el sonido de esta sala es una mierda, esa canción es un temazo, blabla”. Por eso, el concepto festival no me convencía. Estas eran mis dudas: ¿Varios conciertos a la vez? ¿Y si te equivocas y estás oyendo uno malo, y en el otro escenario están haciendo historia? ¿Corro de un escenario a otro llena de angustia? ¿Cuál es el criterio de selección? ¿Qué los une? Y así, con semejantes dudas, no me hice ningún festi antes.
Ya, ya sé que tenía un planteamiento equivocado.
En el FIB la música no importa demasiado. La emoción no es artística, nada de eso. Sí que la hay, pero es una emoción más como de parque de atracciones. Todos los niños pasamos ilusionados la puerta como si allí nos esperasen Blancanieves y Mickey. Y sí, estar están, la Blancanieves y el otro, pero tienen una pinta muy distinta, porque están como muy pasaos, lo están flipando. Quizás por la autoconsciencia del símil, en el FIB han puesto una atracción de esas que te hacen girar boca abajo: el Booster.
También, como en los parques temáticos, hileras de puestos de fish&chips, hamburguesas, comida india, patatas… Los patrocinadores también montan sus stands: el de Pringles regala gorras y el de Trident Senses, que da nombre a uno de los escenarios, está feliz con su nicho de mercado: los chicles para aflojar mandíbulas.
Todo está orientado al público inglés, desde el tipo de comida a la programación de los conciertos. Me dicen que antes no era así, que al principio venían unos cuantos ingleses y le daban color internacional al fiber indie español. Pero los años de crisis y el boom del lowcost han acabado convirtiendo al FIB en Englishlandia. No seré yo quien les ponga a caldo: el FIB quiere sobrevivir y ha renovado su fórmula.
Por otra parte, los ingleses traen otra estética, lo que siempre resulta entretenido. Y, sobre todo, tienen ese inestimable rollo WTF. Me refiero a momentos vergonzantes, que superan con mucho a los de los españoles, que generalmente, aun borrachos, seguimos estando muy reprimidos y miraos. Eso es una tristeza por nuestra parte, y hablo sin ironía: si te entregas al vicio, entrégate. Los ingleses sí que saben, y pasearse por el FIB de madrugada es encontrarse cientos de estampas de esas que los de Vice llaman “do & dont’s”
Eran tres escenarios más la carpa Jack Daniel’s -con la FIB Comedy, y la curiosa Silent Disco de Red Bull-con auriculares. El principal era el Maravillas. Los otros eran el Trident Senses y el FIB Club. No es que hubiese un perfil distinto para cada uno, ya que el criterio de la programación era todo un misterio.
Todas las conversaciones giraban sobre aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor: mejor música, mejor atención, mejor ambiente. No lo podía yo rebatir, claro, y me sentía como cuando estás en una comida y no dejan de compararla con otra que fue muy superior. El caso es que yo este banquete lo disfruté. Era vulgar pero divertido, y no hay que ponerse a mirar con lupa cuando eso pasa. Fui a los conciertos como quien asiste a un espejismo. Fui a la playa. Fui a más conciertos. Fui a la playa, era de noche. Fui a la zona vip, era de noche. Fui al escenario Maravillas, fui al Trident Senses, no sabía que hora era, fui a la carpa. Fui a la playa. Fui a la zona vip. Vi a Noel Gallagher, todos lo fotografiamos como paparazzis. Fui al FIB Club. Me regalaron unas gorras de Pringles. Me regalaron unos chicles. Me dieron un masaje. Fui a la zona de prensa. Fui al escenario Maravillas.
Me recordó a un viaje que hice de quinceañera en bus por Europa. Cada día estábamos en una capital, y solo podíamos saber en que país estábamos mirando el día y la hora en el programa. La aplicación de Red Bull era como agua de mayo.
En general, la programación era muy rara. Al final, una de mis dudas sobre los festivales sigue bastante vigente: ¿Cuál es el criterio de selección, qué los une? ¿Dylan y Guetta los cabezas de cartel? ¿¿!!!??
Hablemos de David Guetta: no tenía ningún fuste, la verdad. El tipo sale, levanta los brazos, podría ser un muñeco pequeñito manejado en el escenario. Los temas, nada especial. La gente bailaba tan puesta como siempre y no había nada más. Dice Zapata que lo lleva todo en un USB. The times they are a-changin
The times they are a-changin, citando a Bob Dylan -sí, el otro gran cabeza de cartel-. Estuvo en el FIB como una perla en el lodo… O también como un pulpo en un garaje. No es que estuviese mal, para nada, y siempre es emocionante verle, pero sin duda no era su festival. Estaba de lo más caballeresco con su sombrero y su banda, y tuvo momentos de showman. Antes de irse tuvo la amabilidad de ofrecer Like A Rolling Stone, que fue el momento de mayor conexión con el público.
Después fui corriendo al Fib Club a los Django Django, y allí estaba la verdadera fiesta del FIB: Joe Crepúsculo, los hermanos Pizarro, Smart…Eso era el viernes. Cuando echo para atrás el proyector del cerebro hacia el FIB, siempre se para en ese momento, como cuando te han dado un beso inesperado. Supongo que fue el punto en que empezé a divertirme y a pillar de qué iba todo aquel lío.
Al día siguiente tocaban los Modulok, ganadores del Proyecto Demo de este año. En la Playa de Madrid íbamos haciéndoles un seguimiento muy de cerca, en plan gran hermano: vivíamos en el mismo piso, dormíamos, comíamos y etc. con ellos. Los interesados habreis leído las avanzadillas que escribimos entonces. Pero Modulok merecen otra crónica aparte, solo para ellos… Muy pronto en sus pantallas.
En las fotos, del gran Pablo Zapata, se puede ver bastante bien el ambientillo, y disfrutarlo virtualmente.
Leave a Reply