Nos encanta acercarnos a los libros amenazantes. Nos atrapan las recomendaciones dolorosas. Obras que prometen ser un revulsivo, escritores malditos y palabras sin piedad.
El público, a primera vista, no parece uno de esos manuscritos peligrosos, pero termina por morder, si cabe, con más violencia que casi todos ellos. Esta novela agrede de la peor manera posible, de un modo inteligente e incontestable. Con una coartada argumental interesante y una historia sencilla, pero capaz de replegarse en un sinfín de dobleces que enseguida se llenan de podredumbre. Por si fuera poco, el dominio del autor sobre su propio texto y su capacidad para la palabra son tan inmensos que resulta complicado escapar de esta tortura.
Con un punto de partida misterioso, sin renunciar en ningún momento a algunos recursos narrativos prácticos, Galindo nos presenta a un personaje encargado de un periódico en crisis que, tras perder el grueso de sus lectores, debe cerrar la publicación para dar paso a otro suplemento centrado exclusivamente en el más excesivo de los lujos. Si es cierto que el esqueleto de este animal ya parecía bastante podrido, esperen a ver todo lo que lo cubre.
Esta línea argumental permite al autor poner sobre la mesa una amplia gama de recursos en favor de la novela, rompiendo géneros y dejando que la narrativa se convierta por momentos en ensayo, para que el análisis del lector surja cristalino. Cristales rotos, claro. Es por eso que la furia de El público parece tan contenida y, sin embargo, tan hiriente. La mira telescópica de este libro apunta directamente al tipo que lo sostiene entre sus manos. El espejo en el que nos obliga a mirarnos es un espejo de mano. De tocador. Donde podemos ver muy bien cada grano, cada brillo y cada síntoma. Sin ninguna lima entre sus hojas para romper estos barrotes.
Lo que podemos leer es real y, como la vida misma, nos encontramos ante algunos buenos momentos, un montón de ellos fatales. Al igual que Houllebeq, Bruno Galindo determina cuál es el recorrido de su obra y su target de lector para escupir contra él sin piedad, con recursos infinitos. Cada párrafo contiene un gadget, y no hay palabras sobrantes que maquillen el rico sabor de este veneno.
Tampoco parece El público, a primera vista, una novela demasiado artie y, sin embargo, la búsqueda experimental y los hallazgos formales de cada uno de sus pasajes es inagotable. Cada eje temático está relacionado, la red está muy bien construida y se aprecia, en toda idea que se nos presenta, una profunda investigación para narrar de otro modo o, simplemente, contar algo nuevo. Nos hallamos ante una novela generosa que tiene siempre algo que ofrecer, ya sea un esquema, un proceso, cierta poética discreta en algunos momentos puntuales o una reflexión desde una posición muy difícil. Un terreno movedizo en el que hay que entrar con maestría para no ser rechazado. Sin dudar, con letra afilada.
La novela se mueve en las fangosas aguas del autoanálisis generacional, y es tan honesto que no hay reproche. El reflejo que nos ofrece se presenta directo, sin aditivos… y hay que joderse, la verdad. No queda otra. Además, y esto es algo que se detecta tan solo después de leer el primer párrafo, Galindo nos machaca con una pluma exquisita. Nos mata suavemente. La calidad de su escritura es escandalosa. La cantidad de información, el manejo de la misma, el eclecticismo y el uso que se hace de ella son de una maestría importante. Autoridad de autor.
Surgirán muchas comparaciones con la generación Houllebeq, son lógicas. Bruno Galindo se descubre como otro retratista del desasosiego generacional que esta novela se encarga de definir constantemente, capítulo tras capítulo, vergüenza tras vergüenza. Con una honestidad aplastante. Espejito, espejito…/ tenemos un problema./ Fernando Epelde
El público, de Bruno Galindo. Ed. Lengua de Trapo, 2012. 17€
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