Suena la alarma. La apago. Suena la alarma. La apago. Suena la alarma. La apago. Suena la alarma. La apag ¿por qué no se apaga? No es la alarma, es el teléfono. Hey, hola. [_] Bien, dormitando. [_] No, no te preocupes, me viene bien para salir del sueño. [_] Es que voy a ir a ver una peli y si llego cansada me voy a dormir allí y para eso no voy.
Plaza de Santo Domingo, Preciados, compro oro, señora, pagamos el máximo, no, gracias, ya lo ha vendido todo mi madre. Sol, Carretas y Jacinto Benavente, tan llenas como siempre. Enfilo cuesta bajo desde Tirso todo más tranquilo hacia Lavapiés.
Llego a La casa encendida y hay un montón de gente. La chica que está trabajando en recepción lleva una camiseta con un dibujo bien chulo de Daniel Johnston. ¡Ah! ¿Era hoy el concierto? Lo llevo viendo hace tiempo en el facebook de Acuarela discos. Sólo con la gente que hay esperando ya no hay entradas para más. Sí que me habría gustado verlo y escucharlo, si me hubiera acordado y si no hubiera coincidido. Recuerdo cuando vi The devil and Daniel Johnston con h, aunque no recuerdo bien el propio documental. Si hubiera habido un cartel de la tarde de hoy en LCE, habría sido algo así como Daniel Johnston y los niños póstumos.
No, gracias, yo quería una para la peli de ahora.
Entro en la sala con un minuto de retraso. Hay cuatro espectadores, todos hombres, todos en las butacas de la zona izquierda. Por si acaso es algún código tácito, me siento en la zona de la derecha yo sola.
Después del paseo (2 km. de Gran Vía a Ronda de Valencia en 20¨) me quedo helada. En la sala vuelve a hacer frío.
Cuatro hombres, más el hombre del portátil – al que supongo pendiente de los subtítulos y más cosas-, y yo, total, seis personas en una sala de nosecuantosmetroscuadradosenelcentrodemadrid. Sin problemas de espacio, sin ruidos y sin calefacción: lo más parecido a estar en una iglesia.
En la sesión de hoy, “Una casa para siempre: ficciones para entrar a vivir”, pasan el documental Marwencol.
Dado que el cuidado del director hacia el protagonista es infinito y evidencia que cualquier otro intento de contarlo sería inferior, no contaré nada. Sólo diré que no hay ni un solo motivo para que alguien no la vea. Ni el escaso público (sobre todo femenino), ni la peripecia y la catástrofe, ni las pasiones del miedo y la soledad, ni el pudor ante el abismo mental ajeno, ni lo temible de asistir a una escisión humana, ni las imprevisibles salidas de la mente.
“I will show you the life of the mind!”, bramaba John Goodman en Barton Fink.
Aquí no se brama. Marc, el prota de la historia de su vida, habla en un tono suave, aunque no siempre tranquilo, de la vida que no recuerda -la que ve en fotos- y de la nueva que ha comenzado con los muñecos con los que ha creado Marwencol, un pueblo de barbies en el que su alter ego es el único Ken-Gi joe y que va haciendo crecer según sus leyes, leyes amigables con los amigos y a ojos y dientes con los enemigos. Leyes cuando la catástrofe ha puesto el mundo del revés.
Por eso hay que ver Marwencol, porque “el mundo es todo lo que acaece”, W.
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Marwencol (2010), documental sobre Marc Hogancamp dirigido por Jeff Malmberg y ganador de todos estos premios. [<trailer> y <blog>]
Se encienden las luces. Los dos hombres más mayores salen los primeros y me miran sorprendidos y divertidos. Cuando nos quedamos a oscuras no había chicas.
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Llueve, me demoro unos segundos en salir de LCE, doblo la esquina, me encuentro con BN, hablamos de Marwencol, de Ferdydurke, del ciclo, de la peli del sábado, de la playa de Madrid, me cae un goterón de agua en todo el coco. Subo paseando en sentido inverso. Llueve y no importa. Llego a casa con el pelo de una perra mojada, enciendo el portátil, tecleo “y brighton 64 la casa de la bomba”. Se abre el youtube y escucho la canción de hace años desde este mood peterpanético:
“los chicos odian lo que ven sin hablar,
ven a los viejos comer,
en la casa de la bomba el problema es la edad”.
Subo el volumen y me pongo a bailar y a aullar.
Si las buenas recomendaciones se pagaran con salud, Jordi Costa sería inmortal.