*Actualización junio 2016: Atención a las Noches del Botánico, un nuevo ciclo de conciertos de verano. ¡Promete!
Cuando me apetece escuchar el mar de Madrid, me voy al Jardín Botánico. Ya sea por su origen aristocrático, ya sea por el precio de la entrada, el Botánico es al Retiro lo que una cala menorquina a una playa: un jardín tranquilo y marino.
Jardín porque no es un prado ni un parque de césped, sino un conjunto de plantas, árboles y arbustos ordenados al gusto del siglo XVIII. Tranquilo, porque hasta en un domingo de primavera puedes disfrutar de algún rincón solitario. Marino porque, entre los coches que hacen del Prado una autopista y la brisa que circula entre las ramas de los árboles, se escuchan las olas que rompen. Y un suave ronroneo que yo sitúo en algún océano perdido.
Hoy lo visito para oír el mar: cruzo el portón de hierro de la puerta de Murillo y me entretengo en atravesar el Paseo de estatuas y arena. Busco mi banco (hoy podría estar por ejemplo en la Glorieta de los Tilos) y me siento. Cierro los ojos y espero. El ruido de los coches y del viento en la orilla Sur del Botánico.
El jardín fue cosa de Carlos III, afamado “alcalde” madrileño del siglo XVIII. El Botánico original se organizó como una estructura reticular escalonada en tres terrazas. De este primer Botánico se conserva ese orden de trazado en los dos niveles inferiores: cada elemento ocupa el lugar que ocupaba y en cada cuadrícula, un carácter es común a todas las plantas: arómaticas, comestibles, con o sin fruto.
Naturaleza quieta o bodegón de seres vivos, de cuya clase te irán informando los letreros y las visitas autoguiadas. Si prefieres evitarlos, puedes desordenar su juego de similitudes y de diferencias o subir al botánico del XIX, en la terraza del Plano de la Flor. Allí los trazados se vuelven sinuosos y claroscuros hasta llegar de nuevo al XVIII con el Pabellón Villanueva, antiguo invernáculo y hoy sala de exposiciones.
Después de escuchar el XX en la Glorieta de los Tilos, hoy prefiero el Botánico melancólico de los románticos. Desciendo por el emparrado Sureste y vuelvo al Paseo de estatuas y arena . Allí visito a José Quer, Simón de Rojas Clemente, Mariano Lagasca y Antonio José Cavanilles. En esta cala nunca fueron profesores de botánica sino recuerdos fosilizados por el tiempo de Darwin, del entorno y del azar.
Para equilibrar tanto árbol centenario subo por la orilla Noroeste. Busco el contrapeso minimalista de los bonsais de la Terraza Alta, la más reciente. A la altura del Paseo de los Olivos oigo el silbato del guardia. Toque de queda.
De repente, el día cambia y anochece. Madrid evoluciona hacia hora punta y fuera del Botánico las bocinas retumban. El Prado deja de ser un mar-autopista para convertirse en un atascus vulgaris. Cosas de la presión ambiental.
Atravieso el jardín hacia el Museo del Prado mientras intento sacudir de mi pelo el polen de primavera (las estaciones llegan a su límite de madrileñidad en el Botánico). Casi en la Puerta de Murillo, brilla al atardecer una estructura metálica. Se me ha vuelto a pasar visitar el Invernadero. Cae la tardé y me olvide otra vez….
Jardín Botánico | Plaza Murillo 2 | web | 91 4203017
Horario: Todos los días. Marzo 10-00h-19:00h. Abril 10-00h-20:00h.
Mayo-Agosto 10-00h-21:00h. Septiembre 10-00h-20:00h. Octubre 10-00h-19:00h.
Noviembre-Febrero 10-00h-18:00h.
Precio: 3-1,50€.
Publicado en marzo 2012 y actualizado Junio 2016
[...] camino a la tercera pasarela, echo de menos la naturaleza viva y organizada del botánico. Supongo que en un parque del siglo XXI, bañarte en el río o entretenerte con el ritmo [...]
[...] Mientras tanto, el invernadero de Arganzuela cristaliza para tí la premisa y su futuro. En este palacio lo natural gira sin inviernos mientras el cristal disecciona su naturaleza en cuatro naves, al estilo de los parterres del viejo Jardín Botánico. [...]