Las libreras quieren ser granjeras y las granjeras, libreras.
Hay géneros literarios en los que, elija el prota lo que elija, no hay arreglo. Por eso la tragedia se llama tragedia. En La librería ambulante Helen McGill no se traumatiza ni media cuando opta por dejar de hornear pan en el horno de la granja para salir a recorrer sin prisa EEUU en un carromato lleno de libros tirado por una yegua y seguido por un perro.
¿Sola o acompañada? Pues unos trechos sola y otros en compañía del tipo que le ha vendido el Parnassus, el señor Mifflin, un pelirrojo con gorra, bajito y fibroso, leído y divertido, buen nadador y buen contador de historias, armado con buenos puños para las peleas y buena labia para vender libros.
Él, antiguo maestro, se dirige a Brooklyn para retirarse a escribir en una casa con su hermano. Ella, antigua institutriz, se aleja de su hermano, que desde que empezó a escribir ha descuidado sus obligaciones en la granja y se relaciona con esos cuervos disfrazados de editores.
La librería ambulante es la precuela aldeana y libresca de las road movies, un viaje por los caminos, campos, granjas y pequeños pueblos de Estados Unidos en un tono bastante british.
Aunque no es tan genial como La taberna errante de Chesterton -porque eso es muy difícil-, La librería ambulante es su ancestro: la entretenida historia de personajes que abandonan su dedicación de toda la vida -la granjera Helen Macgill o el tabernero Humphrey Pump- y se embarcan en un viaje junto con algún aventurero amante de las letras, ya se llame señor Mifflin o capitán Dalroy.
Lo importante es que sea pelirrojo, divertido y valiente.
Christopher Morley, Parnassus on Wheels (1917) /La librería errante (2012). Editorial Periférica.
(Dónde comprarlo)
Excelente recomendación: el libro es maravilloso. La editorial es Periférica, y no Minúscula.