No es fácil encarar la reseña de una obra de este calibre. Su calidad literaria y humana es tal que solo pensar en acometerla produce vértigo. Junto con «Momentos estelares de la humanidad», también de Stefan Zweig, ésta es una de las más espléndidas obras de la literatura.
Valiéndose de la fórmula de la autobiografía, «El mundo de ayer» permite a Zweig hacer un recorrido histórico, social y artístico por la Europa previa a las guerras mundiales y al mundo en ruinas, devastado moralmente, que habría de surgir después.
Era 1881. Nació en Viena y nació judío; por culpa de la época que le tocó vivir estos dos accidentes iban a marcar su destino de una manera dramática.
La primera parte del libro es luminosa; el autor narra su juventud en aquella Viena sedienta de arte, y cómo él y sus amigos se contagiaron de esta sed. Zweig no entra en detalles personales, a pesar de que ésta sea su autobiografía; narra solamente los acontecimientos históricos y sociales que le tocó vivir y cómo le afectaron, pero sobre todo relata la enorme influencia que tuvo sobre él la vida artística de aquella Viena de entonces.
Fue un muchacho curioso, ávido de conocimiento. Pronto comienzan sus viajes, va poco a poco expandiendo su mundo y conociendo a otros artistas; literatos, pintores, dramaturgos. La novela está plagada de personalidades del mundo de las Artes; testigo de estos tiempos, Zweig mantuvo amistad con las más importantes figuras de su época: Hofmannsthal y Rainer Maria Rilke, Paul Verlaine, Baudelaire y Verhaeren… Camina junto a estos gigantes observándolos desde abajo, viviendo junto a ellos, aprendiendo. París era la misma fiesta de la vida que supuso para Hemingway, solo que en Zweig, inicia también la apertura a un mundo vastísimo, lleno de maravillas por descubrir. Nada como viajar para alimentar nuestra modestia, para abrir la mente al «otro».
Pronto vendrán nuevos viajes, sus publicaciones primeras, su primera novela. Una primera incursión en Londres, que le decepciona en sus grises frente a la luz de París.
Llega lentamente la primera guerra mundial. El libro se oscurece por momentos. Resulta apasionante el testimonio de primera mano de un escritor que cuenta como él la manera en que su generación ha de asistir poco a poco al fin del mundo. La guerra les resultaba impensable, imposible; también a nosotros, hoy día. Zweig no se limita a contar los eventos históricos, sino a analizar cómo estos van sorprendiendo primero, y después cambiando, a las mentalidades del XIX, que asisten estupefactas a este mundo que va construyéndose a partir de un envilecimiento moral que a Zweig le escandaliza.
Aquí sobreviene uno de los aspectos que más caracterizarán la literatura y el pensamiento del autor. Acostumbrado a sentirse ciudadano del mundo, Zweig no comprende las fronteras. En medio de un sistema que propugna y canta las alabanzas de la guerra, pronto se convertirá en un defensor de la paz. Solitario defensor, pues habrá de enfrentarse incluso a sus viejos amigos. Serán unos pocos los que se atrevan, como él, a elevar un tanto la voz en contra de la contienda.
Acaba la guerra y el relato posterior de las cenizas que han quedado del mundo es sobrecogedor. A través de los acontecimientos que él mismo vivió, Zweig hace un estudio pormenorizado de las consecuencias económicas y sociales de la primera guerra mundial. Llega también el éxito profesional. Más viajes; la India, Norteamérica, más tarde Rusia. Y Thomas Mann y Max Reinhardt; Gorki y Rodin, Toscanini y Joseph Roth, Einstein, Richard Strauss, Salvador Dalí.
A medida que el autor va desgranando el pasado comienza a acercarse a su presente, el momento en que escribe este ensayo: los antecedentes de la segunda guerra mundial, la aparición del nacionalsocialismo y de Hitler, las primeras purgas contra los judíos. Convertido ya en un autor prohibido en Alemania, Stefan Zweig se ve obligado a abandonar su patria y a establecerse en Londres. Iniciará así una huida hacia ninguna parte, sin saberlo. Y en este devenir, aprovecha para relatar su amistad con Freud, otro emigrante que, como él, ha asistido al desmoronamiento del mundo que conocían. Ya nunca más podrá regresar a su patria, Stefan Zweig no tiene hogar ni suelo sobre el que sustentarse; es un extranjero en todas partes. «Habiendo llegado ya a la edad de 60 años —escribirá—, sería necesaria una gran fortaleza para reconstruir mi vida, pero mis energías están agotadas por largos años de peregrinación de quien no tiene patria».
«El mundo de ayer» está contado de una manera tan delicada, tan natural, que sorprende. No hay grandilocuencia ni grandes palabras; todo es un fluir sereno y hasta divertido en ocasiones. La de Zweig es una mirada lúcida, no desapasionada pero sí contenida. Nada cuenta de su vida personal, a no ser para establecer sus gustos literarios o para transmitir esa querencia por toda manifestación artística. Nos transmite la idea de un hombre reservado al que entusiasma viajar, fiel amigo; ávido lector, magnífico escritor; pacifista; acaso no comprometido con su tiempo pero sí con el tiempo del futuro, que seguramente sea más afín que aquel que le tocó vivir. Tratamos aquí con una obra cumbre, retrato fiel de una época y de dos mundos; una mirada melancólica a una forma de vivir y de sentir, cada día más imposible en aquellos —y en estos— días.
Huyendo de este mundo nuevo en donde rige el nacionalsocialismo, viaja al Norte y al sur de América. Stefan Zweig acaba sus días en Brasil, espantado de los acontecimientos, del hundimiento de la cultura. «Europa se ha suicidado», dice.
Ya no podría vivir en este mundo de hoy; se le hacía demasiado insoportable. Creyendo que el nacionalsocialismo se extendería a todo el planeta, él y su esposa se despidieron de sus amigos, les confiaron a su perro y dejaron sus cosas en orden. El 22 de febrero de 1942 su mujer y él se acostaron en la cama y acabaron con su vida. En la nota que dejó sobre la mesa había dejado escrito: «Saludo a todos mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí”.
En España, Stefan Zweig revive su fama pasada gracias a las magníficas ediciones que le dedica la editorial Acantilado. En la escritura de «Momentos estelares de la humanidad» empeñó veinte años de su vida. Escribió cuatrocientas páginas de «El mundo de ayer» a lo largo de unas semanas en que apenas paraba para comer y dormir, febril. Como si tuviera prisa por terminar esta mirada y descansar al fin.
«El mundo de ayer» Stefan Zweig
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