Juan Carlos Márquez parece disfrutar vistiéndose elegantemente del género que más le conviene para contar sus obsesiones.
Preferiría no ahondar en todos los referentes que uno debería mencionar ante una obra que surca -en este caso- los senderos de la ciencia ficción, reflexionando con su historia también sobre el medio del mismo modo que sucedía en su anterior libro, Norteamérica profunda, que se valía de los códigos del western y la literatura norteamericana .
Resulta curioso el modo en que el autor dibuja una instantánea cargada de guiños -ese parque de atracciones de Walt Disney post-apocalíptico- de un modo epistolar, entre lo épico y lo doméstico, con aire de clásico, pero sin dejar de aludir al presente, en este género distópico en el que Salto de Página continúa insistiendo. Signo de los tiempos.
Pero sigo pensando que, al igual que sucedía con aquella obra en la que el autor se batía en duelo con un Oeste cercano, los mayores aciertos de su narrativa no están tanto en su inmensa habilidad para asumir lenguajes, sino en su capacidad para romperlos con una cuidada dosificación de las emociones.
En cada capítulo del terrible diario de las estrellas que este personaje propone, transitando tantos estados y emociones, podemos observar pequeños momentos carverianos, situaciones sin principio ni final, postales desde ese lugar donde la literatura se expresa mejor que el cine.
Resulta excitante avanzar entre las notas más enternecedoras de este diario y esas observaciones en las que uno llega a olvidar que se encuentra ante una novela de ciencia ficción para verse de pronto envuelto en alguna breve entrada de un alto contenido poético, y terminando, finalmente, deslumbrado por esos pequeños pasajes formalistas o fuera del conjunto que siempre recuperan la atención del lector.
Un billete de ida para un viaje de aventuras con vocación artística, que devuelve al que lo tome entre sus manos algo de aquellas lecturas de su infancia, aunque con un nuevo enfoque maduro de los acontecimientos, a través del cual observar el devenir de las reacciones de los personajes ante conflictos tan sencillos que muestran su condición más auténtica.
Una mirada melancólica al género como la que dedican los personajes del autor a los viejos videojuegos que han de sacar del trastero y desempolvar para regalar a sus hijos en tiempos de vacas muertas./ Fernando Epelde
Los últimos, de Juan Carlos Márquez. Ed. Salto de Página, 2014. Enlace
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