Jon Bilbao escribe desde el corazón de la más oscura cotidianeidad, desde el filo mismo de la rutina, para terminar siempre arañando el lienzo, dejando entrever que, pese a la magia de algunos accidentes, estos no sirven más que para recordarnos que flotamos en un abismo profundamente negro.
Uno por uno, sus relatos se arrastran por el ámbito de lo doméstico rasgando las cortinas y, con ellas, los pilares de nuestra casa.
Tejidas con los mismos materiales que Carver, sus narraciones hacen inventario de las piezas que todos tenemos en nuestro garaje hasta que, de tanto mirarlos, nuestros hogares se convierten en el escenario de algo terrible: la propia vida.
La colección divide las historias en tres etapas: una primera que incluye la reedición de la compilación 3 relatos, un segundo bloque con obra publicada en diversas antologías y un tercero de inéditos, donde podría ser que se hallasen los que más-turban y terminan por dejar un remanente de desasosiego descarnado al terminar la lectura.
El pegamento de estos cuentos es la idea de la familia como un caldo de cultivo para el lado más oscuro de la pluma del autor. Historias que marean por exceso de calma chicha, principios grises, donde la presencia del accidente genera espacios nuevos que cuestionan los antiguos.
Y es que, incluso en ese nada representativo relato sobre el séptimo día de la creación, Bilbao incide en la idea de que no está muy claro lo que está pasando ahí fuera; pero el origen, seguramente, sea nefasto.
Hay también relatos que no son fantásticos pero lo parecen, como esa historia del niño que construye una estructura con piezas de Lego que comienza a generar una incomodidad insoportable en la realidad de su padre… O ese cuento sobre la anciana que pierde un diente durante las vacaciones y que su marido tendrá que ir reemplazando consecutivamente por réplicas de cera en las que trabaja laboriosamente.
Narraciones, estas últimas, con un sorprendente elemento visual que, al igual que la estructura de piezas de Lego del niño del relato, esconden en su interior destellos de algo que preferiríamos que no brillara.
Tan importante como esas historias resulta el medio empleado. Entre estas páginas abunda el juego de voces, siempre engañoso, que universaliza el relato y lo imprime permanentemente en la retina. Son muchos los ejemplos: el cuento de las piezas de Lego es, en realidad, una carta que revela lentamente información sobre su destinatario; la historia de los dientes muta cada vez que la señora la cuenta, hasta hacerse casi más importante el medio que el mensaje.
Bilbao brilla en la observación del detalle, en cazar al vuelo ese momento que lo pinta todo de negro, como ese hermano gemelo que quiebra su expresión para llorar y que, durante un instante, se diferencia del otro por el dolor en su rictus.
Aparecen multitud de referencias al leerlo, pero eso es porque su contenido nos atrae y queremos archivar estos relatos junto con los que nos gustan. Podemos acercar incluso ese pueblo marítimo y esa historia inventada dentro de otra historia ficticia al imaginario de Lovecraft, con ese extraterrestre-calamar y esa lluvia gris sobre los barcos.
A pesar de las buenas referencias, cuidado con el autor: Bilbao no tiene piedad con sus personajes, cuya aventura deviene siempre en un temblor interno y una introspección profunda al lado menos amable de su entorno. Un tenue shock del que sabemos que vuelven siempre insensibles, como los personajes de Haneke, que han de seguir con sus vidas al final de la película más cerrados que al principio. Ansiolíticos en mano. Convertidos en zombis./ Fernando Epelde
‘Física familiar’, de Jon Bilbao. Editorial Salto de Página, 2014. Enlace
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