Sin duda estamos ante una nueva raza de Festivales. Pensados para un público al que realmente le interesa la música y que quiere escucharla y ser bien tratado. Este buen trato fue una de las claves que se repitió el viernes, el día que visitamos el festival.
Comenzando por la propia ubicación, el hipódromo. Los caballos estaban ausentes, pero la sombra de su elegancia marca. Los jockeys sustituidos por los músicos, y en vez de apostadores, chicas tatuadas con flores en el pelo y barbudos con camisas hawaianas. Mucho mejor, dónde va a parar.
Pasearse por el recinto es un lujo. En la terraza puedes asomarte a unas vistas panorámicas de la ciudad que te disponen el ánimo a varias capas de romanticismo. Madrid de lejos y con tanto verde por medio no parece la misma ciudad.
Los conciertos se alternan en dos escenarios muy distintos.
El escenario grande es el Tomavistas. Impresionante montaje al más clásico estilo festivalero, allí todo es sonido e intensidad: los grupos pueden meter toda la caña del mundo y los alegres bailones a sus pies volverse locos a gusto.
Pa mi el concierto del día fue León Benavente, nos dio un subidón que ya no bajó en todo el festival. Su proyecto renueva la canción protesta pero en plan rockero, y todo el que lo escucha -y lo baila- se vuelve fan.
Un rato antes, durante la tarde ya nos habían puesto las pilas en el escenario grande los directos de Nudozurdo y Triángulo de amor bizarro.
Al principio había poca gente, parecía aquello un club de campo. Estaba por allí nuestra verdadera experta en esto del indie, agente Zebra, pero disfrutando como público. Llegado el final la gente se había ido triplicando por el efecto llamada. Literalmente: vi a muchos dar un toque a sus amigos para avisarles de lo bien que se estaba allí en el Tomavistas.
Después de lo de León Benavente estábamos ya calentitos y solo aceptábamos una curva hacia arriba: El Columpio Asesino cerró allí la noche y nos hizo bailar hasta la extenuación.
El alcohol no era precisamente barato, en eso sí se parece a todos los festivales del mundo. Tampoco parecía haber mucho de lo demás, ver a alguien pasao era hasta raro. El festival no está en absoluto enfocado a la alienación. Incluso se fumaba poco. No digo que tanta sanez y contención me parezca bien. Tampoco digo que me parezca mal. Digo que es lo que hay y que da un tono general al festival muy distinto al acostumbrado. Cierto que contamos con el apoyo químico de los alegres JägerMaister y sus teatrales salidas báquicas con tubos de ensayo llenos de líquido muerte. Les acompañaba la fotógrafa Salomé Sagüillo a la que aun le dio tiempo a tirar unas buenas fotos de los conciertos.
El Gonzoo, el escenario pequeño, esta montado en el jardín y hace las veces de chill out. Después de cada conciertazo se emigraba al césped, a descansar el cuerpo y limpiar los oídos. No porque las bandas no tengan intensidad roquera, que la tuvieron y mucha. Es por el césped muy cuidado, donde es un placer sentarse, y si no lo tuyo no es la hierba, sillas con mesas, butacas blancas, sombrillas. Allí fuimos escuchando una degustación de bandas en conciertos muy cortos, como de media hora.
Los servicios fueron de diez: El bus gratuito funcionó muy bien, a la ida y a la vuelta. Múltiples barras, personal muy amable y copas tranquilamente servidas. Múltiples baños y en perfecto estado gracias a unas señoras de la limpieza que eran, por cierto, extremadamente simpáticas.
Y una brisita que no se si la habían contratado, pero se agradecía muchísimo.
En definitiva la idea está clara: un festival adulto. En firme contraste con la alienación y el brutalismo en que han acabado como seña de identidad de algunos de los grandes festivales ibéricos. Orientado a la música. Y aquí al lado, a tiro de piedra.
El festival Tomavistas celebró su primera edición el 18 y 19 de julio del 2o14 en el Hipódromo de la Zarzuela
Fotografías de Rocio Martínez
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