Lo bello es bello en su velo, decía Benjamin. Y una humilde servidora, muy por debajo del olimpo en el que Benjamin descansa de sus tristes cuitas, aguarda y reconoce siempre esa belleza, que llega envuelta en sedas o en brumas.
Es una belleza que uno puede aguardar, pero cuya cualidad principal es saltar inesperada, como un ciervo que distingues unos segundos en el bosque, muy a lo lejos. Una belleza que provoca un sobresalto en el diafragma, allí donde infantilmente creo que tengo el corazón, en el centro.
Bárbara Mingo Costales se parece un poco a sus poemas. Se envuelve a sí misma en un velo intangible, y cuanto dice parece ir tejiendo más capas de ese velo, que prepara y envuelve un momento de belleza que salta. De pronto pero no inesperado.
Sus poemas me parece que cazan así: Va describiendo una atmósfera, con método, como el director de fotografía que va iluminando una escena o el pintor que añade capas a un sfumato. Va parándose en objetos, acariciando solo algunos. Dispone las redes, los sensores o los cazadores. Y cuando aparece la presa, el poema está preparado. ¡Zas!
Valoro además que la selección es respetuosísima con el lector. Son pocos poemas, doce, y cada uno es interesante. Testifico que ninguno de ellos es aburrido o está ahí sin más. Todos cuentan una historia y todos hacen nacer imágenes evocadoras: Suntuosos comedores, tabernas de borrachos, bosques neblinosos. Dibuja las imágenes y después no las escamotea ni se las queda. Las deja en manos del lector. No se por qué me ha recordado a estar en el cine, incluso con cierto grado de hipnosis.
El corazón anda al acecho de un sentimiento puro.
A la luz tenue del alba el bosquepromete peligros y advierte de trofeos.Hay que estar atento para distinguirlosy hay que cerrar un ojo para apuntar.
Al acecho, Bárbara Mingo Costales
Ediciones Vitrubio
Precio: 11 € aquí
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