Menos perita que las ovejas que se están comiendo unos rollos de celuloide (anticuada receta propia de la Parabere; ahora mascarían un disco duro) y una le dice a la otra: “Me gustó más el libro”, yo sólo he probado el tercer plato: la ópera, pero no estoy segura de que llevase los ingredientes idóneos para un postre.
Esta ópera la compuso Daniel Catán pensando en Plácido Domingo para el papel de Pablo Neruda. Se basa en la novela Ardiente espera, de Antonio Skármeta, y en la peli Il postino (no pongo el título que se le dio en España porque me desvela el argumento y me obliga a sobrecargar el párrafo con pronombres), que cuentan la relación del cartero Mario con Pablo Neruda, a la sazón exiliado por comunista en un pueblecito de pescadores. Como en la película, la ópera se ambienta en Italia, sugerida eficazmente en este caso mediante una escenografía azul mediterráneo contrastada por geranios bermellón y por interiores de película neorrealista. Y esto es lo que les pasa:
Pablo Neruda se instala en un agradable exilio acompañado por su mujer, Matilde. Lo que más admira el también comunista Mario en el nuevo habitante es la cantidad de cartas de admiradoras que recibe, así que decide pedirle consejo para enamorar a la bella Beatrice, que por el momento se le resiste. Gracias a la ayuda del poeta, Mario y Beatrice acabarán casándose. Al poco tiempo Neruda vuelve a Chile, de donde sólo regresará, al cabo de los años, para encontrar que las cosas han cambiado un poco en aquel pueblo sencillo y primordial.
¿Y esto cómo se cuenta? Estos amables avatares van acompañados por la música de Catán, muy cinematográfica, y todo es agradable y suave en aquel rincón del mundo, pero uno echa de menos un poco de brío. Precisamente la música parece acompañar, pero no generar, la secuencia de los acontecimientos, con el efecto de que la música y la acción se perciben como simultáneas, no como solidarias. Es una pena, porque la partitura, si bien muy temperada, es valiosa y por momentos verdaderamente estimable.
Aunque sea insertándolo en una historia imaginaria, siempre es muy difícil abordar a un personaje no sólo real, sino también tan reciente como en este caso. Creo que ese ha sido uno de los obstáculos para esta obra: se da tan por hecho a Pablo Neruda que no es necesario componer su retrato, sino que basta con elegir unos cuantos rasgos y mencionarlos. Ese trato se ha contagiado al resto de los personajes.
Por otro lado, poco pueden hacer esos personajes cuando el conflicto que enfrentan es tan mínimo. Sin detenerme a destripar la historia, diré que la encuentro mucho más adecuada para lenguajes menos despampanantes que la ópera, como la literatura o el cine, que en su ligereza también se pueden permitir más audacia y experimentación. Creo que treinta violines son demasiado abrumadores para que el temblor de un humilde corazón herido por un distraído desplante se exprese a través de ellos. Apenas hay más conflicto que una ofensa que es en realidad un malentendido, y qué útil habría sido un respeto a las necesidades clásicas de lo narrativo. Es verdad que la obra acaba con una triste noticia, pero está presentada de manera más sentimental que dramática. De hecho, Il postino es una ópera más sentimental que dramática.
Quizá por eso tienen más interés los momentos que se alejan de la historia principal. Hay unos coros de fascistas un poco anacrónicos pero con mucho ritmillo, cuyo texto es el más cerrado y que cantan con más convicción que nadie (bueno, quizá por eso hacen ese papel). También es muy bonito el momento en que el padre de Mario, en la boda de su hijo, se pone de pie y canta a capela un epitalamio que va tomando ritmo de jota, lo que no es incongruente con el hecho de que el pueblo pueda estar en Sicilia, en un tiempo parte de la Corona de Aragón. Y en tercer lugar recuerdo como sugestivo el momento en que el relato de Beatrice a Neruda se superpone a la Internacional, interpretada por el coro. Cada vez que la obra alcanza partes como estas, la recreación de marchas corales, la reinterpretación de formas populares o locales, la aparición de música diegética como el momento del acordeón, la controlada experimentación, es cuando para mi gusto está más viva y es más valiosa.
En cuanto a los intérpretes, el hecho de que casi todas las partes vocales sean recitadas no ayuda ni a su lucimiento ni a la imbricación de música y acción, como ya hemos dicho. Una vez retirado Plácido Domingo del elenco, destaca la soprano Sylvia Schwartz, que tanto en presencia como en voz ofrece una Beatrice muy seductora que es la que más partes cantadas tiene.
Por último, debemos mencionar la dirección musical, de Pablo Heras-Casado. Ofrece una interpretación muy compacta que hace resaltar las virtudes de la partitura, y es capaz de sortear los acantilados de lo cursi sin dejar de saludar a la ternura que hace señas desde el otro lado del tajo.
Id, o mandad una postal desde donde estéis.
Il postino, de Daniel Catán, se representa en el Teatro Real entre el 17 y el 28 de julio. El director musical es Pablo Heras-Casado y la puesta en escena es obra de Ron Daniels. La interpretación es del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, y de Leonardo Capalbo (Mario Ruoppolo), Vicente Ombuena (Pablo Neruda), Cristina Gallardo-Domâs (Matilde Urrutia), Victor Torres (Giorgio), Sylvia Schwartz (Beatrice) y Nancy Fabiola Herrera (Doña Rosa)
Teatro Real | Plaza de Oriente s/n | 915160660
Horarios: 20, 23, 25 y 28 de julio a las 20:00 h.
Precios: 8€ – 363€ Investíguese aquí.
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