Champetúos y coletos. Ese era el público que llenaba anoche la plaza del Parque Cultural del Caribe.
En Madrid los coletos se llaman kinkis y los champetudos no se llaman, porque no hay, allá no se escucha ni se baila champeta, una música de raíces africanas que nació en los estratos más bajos de Cartagena de Indias, antigua colonia española y hoy en día la ciudad más famosa, turística y costosa de todo el Caribe.
Que la champeta se haya puesto de moda entre personas de todas las clases sociales de Colombia es como si en Las Barranquillas de Madrid naciera una música propia que cantara las miserias de sus habitantes, sus problemas con la pobreza, la insalubridad de las chabolas, la violencia y las drogas, y al cabo de un tiempo se volviera mainstream y la pincharan los domingos en La Latina y la bailaran los modernos de la capital, quienes se llamarían los unos a los otros “champe” y “cole” en lugar de “tío”, “colega” o “tronco”.
Dados los orígenes de la champeta y todos aquellos elementos negativos a los que está asociada, pocas personas además de una extranjera como yo, bendecida con la ausencia de prejuicios que otorga la ignorancia, pueden disfrutar tanto contemplando el espectáculo que ofrecía anoche toda la chavalería, aka la coletera, unos en chándal y chanclas, otros descamisados y sudorosos, otros cuidadosamente maqueados, bailando de una manera que no se aprende en las academias de baile, sino en las esquinas de barrios como Carrizal, que fue donde yo los vi por primera vez mientras degustaba el sancocho más sabroso hasta la fecha, custodiados por gigantescas torres de altavoces, aka picós, sonando a un volumen capaz de modificar la mismísima estructura molecular de cualquier ser vivo en varios kilómetros a la redonda.
El hábitat natural del champe barranquillero son los barrios, no un parque cultural nuevecito lleno de policías armados con recortadas custodiando la paz y el orden de este festival llamado Sonidos macondianos en honor a García Márquez. Fuerzas de seguridad, champes y coletos reunidos por obra y gracia de la programación con la que se intenta recuperar el centro de Bar’n'Quilla, pues a diferencia de lo que ocurre en la madre patria, aquí el centro es uno de los sectores más depauperados y temidos de la ciudad. De ahí que no haya fotos que testimonien tanto desgaste de chancleta: no era el mejor lugar para sacar a relucir una cámara. Se tendrán que conformar con un detalle de las galas que lucimos en tan selecta party.
- Pero, profe, si está aquí ahora, usted también es cole.
Lo más fascinante de todo esto es fantasear con cuáles de todas las formas de expresión estigmatizadas en su origen por haber nacido en contextos de miseria serán las que llenen las pistas de baile del siglo XXII. Eso y analizar cómo las modas, que alimentan con frivolidad las dinámicas que mueven el mundo, van fagocitando cualquier material con tal de crear nuevos ciclos.
Jolín, aquí pasa exactamente lo mismo, el centro está continuamente abandonado (por los ricos y el estado), lo que significa que en general sólo se puede pasear por autovías y centros comerciales. Visto lo cual, no paseo. Chica, pero se te ve contenta, yo todavía estoy en la fase de odio profundo. Muchas gracias por estas supercrónicas! Oye, perdona si lo hago por aquí, pero ya que me pongo a escribir: enhorabuena por el trabajo! Llevo nosécuánto queriendo escribirte. Y quería también preguntarte cómo fue lo del señor Badiú.
Besos a todas mis amores.