Más real que la vida, más imperial que el zar
La primera ópera representada de la temporada en el Real es ese monumento llamado Boris Godunov, el operón de Musorgski.
Queda inagurada, pues, la temporada, con la subyugante melodía del preludio, que parece que la cantase una niña mágica en un bosque de abedules -¡menuda nana para un sueño atemporal!- y, a medida que se van incorporando los otros instrumentos, es como si una neblina la acompañase ascendiendo del humus.
En significativo contraste de melancolías, al abrirse el telón lo que vimos fue un edificio rusales tan desconchado que no nos atrevemos ni a decir que “conoció tiempos mejores”. La sovietez del decorado y el vestuario literalmente de saldo (la zarrapastrosa ropa del coro se ha comprado en tiendas de segunda mano y sugiere un paseo por la calle Atocha en pleno noviembre) han sido bastante criticados, pero aparte de que esta obra es tan acojonante que se puede decir de ella lo mismo que de los buenos escritores, que ni una mediocre traducción podría con ellos, a mí me parece que una decisión de este tipo, esté motivada o no por las estrecheces que está pasando el Teatro y el país que lo rodea, recupera para lo teatral un sentido que parecía un poco anticuado, el de reflejar y explicar el tiempo en el que vivimos.
Parece irónico que en el auditorio de la ópera, el arte burgués y escapista por excelencia, se estuviera destilando la confusa situación de un pueblo a la deriva, mientras a dos paradas de metro el Congreso estaba protegido por la policía del asedio de los manifestantes (yo asistí al ensayo general del 26 de septiembre). Qué sentido adquieren de pronto los versos finales de Boris Godunov, en boca del personaje del Idiota:
Brotad, brotad, lágrimas amargas.
¡Llora, llora, alma creyente!
¡Pronto vendrá el enemigo y caerá la oscuridad!
Negra oscuridad, tinieblas insondables.
¡Ay, ay de Rusia!
¡Llora, llora, pueblo ruso,
pueblo hambriento!
De repente, lo de Teatro Real parece adquirir otro significado.
Y volviendo al espectáculo en sí, es una suerte poder asistir a la interpretación de la versión de diez escenas, con la de la coronación incorporada, y con la orquestación de Musorsgki, que no me extraña que se alcoholizara después de entregar tal joya al mundo.
Y si antes he mencionado a una imaginaria niña mágica, no es casual: destellos de pureza desbaratan la sordidez general cada vez que entran en escena los niños actores, como por ejemplo la hijita de la posadera que, pura ingenuidad, en el cuarto cuadro se ofrece a leer la orden de busca y captura del impostor que pretende usurpar el trono; y especialmente luminosos resultan los niños pequeñísimos que como una especie de agentitos Cooper ayudan al atribulado Boris Godunov en el trance de su muerte. Me recordó a la emocionante escena de la muerte de Leland Palmer en Twin Peaks.
Estas actuaciones no las podrán contemplar quienes escuchen la emisión en directo por Radio Clásica, el día 13 de octubre, pero podrán disfrutar con los coros de los Pequeños Cantores de la JORCAM, que merecieron los aplausos más fervorosos de la noche.
Boris Godunov, dirigida por Hartmut Haenchen, puesta en escena por Johan Simons e interpretada por los Pequeños Cantores de la JORCAM y por la Orquesta y Coro titulares del Teatro Real, se puede ver hasta el 18 de octubre, si no llega antes el enemigo y cae la oscuridad. // Bárbara Mingo Costales
Boris Godunov
Teatro Real | Plaza de Oriente s/n | 915160660
Horarios: 5,8, 11,13,16,18 de octubre a las 19 h.
Precios: 9€ – 363€ Investíguese aquí.
Menores de 30: el 16 de octubre -60%
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