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Crónicas

Don Giovanni

El cartel de Real: un galán apolillado

El fantasma era él

Me aburrí. También me reí. Y fue así:

Este Don Giovanni resulta extraordinariamente garrulo; para empezar, debería haberse dado cuenta, cuando se carga al Comendador, de que sus días de gloria venérea han acabado. Ya que en esta versión el asesinato no es tal, sino homicidio involuntario, la muerte puede verse más como agüero que como desencadenante de lo que vendrá después. Lo que viene después es la caída en desgracia y ofuscación de un hombre al que ya no le sale lo único que sabía hacer (id est: acumular tías) pero sigue tan presuntuoso como siempre, si bien se percibe un poco de miedo en sus acciones. Resulta ridículo, claro. Pero ese efecto no es exclusivo de la versión de Tcherniakov.

Sin embargo en este montaje dicho ofuscamiento se transmite como sin mediación hasta el patio de butacas y diría que hasta el foso. Por momentos, tuve la sensación de que nadie en todo el Teatro, desde el primer violín hasta el último mono, sabía qué estaba pasando, y que la única comunión se daba en la certeza del caos. ¿Será eso un mérito impenetrable para el público cerril? ¿Lo achacaremos a la fuerza de arrastre de un personaje que se resiste a caer solo? El escenario llegó a parecerme una sección de su errático cerebro en descomposición. ¿Lo achacaremos a una sutilísima y algo frenológica, más que psicológica, puesta en escena? ¿Al triunfo de la actuación sobre la música, según las últimas tendencias? ¿Quién lo sabe, ay? La verdad es que a mí tardó poco en dejar de importarme.

El personaje de Don Giovanni es siempre bastante antipático, pero en este extraordinario caso se da una especie de estilización inversa (vulgo: vulgarización): en lugar de extraer un personaje de la cotidianidad, subrayar sus rasgos característicos y excluir los que no aportan nada, resulta que se toma a uno de los arquetipos más asentados de nuestra cultura, en una de las óperas más cruciales de la historia, y se lo transforma en un tío fofo y halitósico como fotografiado por accidente al fondo de una foto en una despedida de soltero de pueblo. Algo tiene de plasta de bar que se acerca vacilante a las chicas con el cubata ya sin hielo en la mano. ¿De verdad este tío ligó alguna vez? La pena es que para acercarse al grupo que le va a dar calabazas rebaja al papel de mamporrero a su amigo el-que-de-verdad-mola. Do best really lack all conviction? Ese amigo es Mozart, y si pudiésemos llegar a oír lo que dice, queridas amigas, qué diferente sería la noche. Pero el pelma de su amigo rijoso y balbuceante no deja de interrumpirle y de hacerse el gracioso a su costa. No es de extrañar que las chicas pidan otro gin tonic, más que nada por darle la espalda. Empantanado en su irritante inanidad, en el crescendo de su enajenación, Don Giovanni acaba cepillándose al propio Mozart, que tan imprudentemente había accedido a salir esta noche.

Obertura, de mano de Mozart

¿Y cuándo me reí, entonces? A partir de la cuarta vez que, conscientes de su flagrante incapacidad de transmitir alguna emoción, pero sabiendo que toca enardecerse (porque lo indican tanto el libreto como la partitura), los personajes, como el borracho que pugna en balde por transmitir lo que le urge –lo que le pica, voy a decir–, se dedican a quitarse la camisa, o el abrigo, a veces los unos a los otros, y a volvérselos a abrochar, y a tumbarse por el suelo y a veces la dos cosas a la vez , sencilla táctica estética que alcanza resultados de Blitzkrieg en el sexteto Sola, sola in buio loco, con todos los personajes expresando sus cuitas tendidos en la alfombra. Desde el segundo piso, donde estaba yo, el efecto era raro, como de muñecos presentados en un blíster, lo que quizá no hubiera estado mal para la obertura, pero que era un poco inoportuno en el segundo acto. Me imagino que a los espectadores de la platea, casi a la altura del escenario, la repentina desaparición de los personajes les debió de provocar un desconcierto similar al que nos embargaría si encontrásemos la puerta de casa abierta de par en par, las luces encendidas, las ollas en el fuego y la tele a todo trapo, sin nadie viéndola.

Por otro lado, quiero decir que me gustaron mucho Kyle Ketelsen, que interpreta con mucha gracia a un Leporello un poco chulito y ya harto de las derivas de su amo, único y auténtico fantasma de esta pieza; y Ainhoa Arteta en el papel de Donna Elvira, cuyo empecinamiento en seguir colgada de ese bicho tiene un tono de la nobleza que no ceja a pesar de la evidencia que la acerca más a Mozart que a Don Giovanni. ¡Id, id, Idomeneo!: lo digo como sugerencia para el futuro más que como imperativo, porque aunque quisierais ir a ver Don Giovanni, ya no quedan entradas.

Don Giovanni, dramma giocoso en dos actos de Wolfgang Amadeus Mozart, con libreto de Lorenzo Da Ponte, se representa en el Teatro Real entre el 3 y el 24 de abril. El director musical es Alejo Pérez y la puesta en escena es responsabilidad de Dmitri Tcherniakov. La interpretación es del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, y los papeles principales los representan Russell Braun, Anatoli Kotscherga, Christine Schäfer, Paul Groves, Ainhoa Arteta, Kyle Ketelsen, David Bizic y Mojca Erdman. // Bárbara Mingo Costales

Teatro Real | Plaza de Oriente s/n | 915160660
Horarios: 6, 9, 12, 15, 18 y 24 de abril a las 19 h. y 21 de abril a las 18 h.
Precios: 8€ – 363€ Investíguese aquí.

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