Noche de Halloween en el Rock Palace con dos propuestas muy diferentes. Por un lado Novak, por el otro Javier Corcobado, en el último asalto del ciclo Alternativas en concierto, en el que un artista consagrado comparte escenario con otro emergente. ¿Se debe la elección a su querencia compartida por las letras depresivas?
Abrieron la sesión Novak. En disco suenan muy bien, elegantes y melódicos, con una instrumentación que acompaña perfectamente a las voces. Las letras, en castellano, muy trabajadas, tienden a los sentimientos sombríos sin caer en la truculencia. En directo defienden bien los temas; defender lo que sea en el Rock Palace tiene su mérito, con ese sonido tan peculiar para público y músicos. El trio tiene un buen puñado de canciones que parecen diseñados para ser singles inmediatos, lo que está muy bien pero también puede ser un problema. El circuito indie tiene una relación extraña con los grupos que puedan sonar no ya comerciales, sino accesibles. Novak está en la estela de bandas como Vetusta Morla, pero sin su éxito exagerado, y está claro que necesitan un público que les siga y coree sus letras. Publico femenino, a ser posible.
Corcobado salió al escenario ataviado con un polo de Lacoste, con Javier Pérez Marina a la guitarra. El segundo tema que cantó fue una versión de Gainsbourg. Gainsbourg no hubiese actuado jamás con un polo de Lacoste. Relacionar ambos datos nos puede conducir a una metaforilla respecto a la situación actual de la carrera de Corcobado. En su último disco se ha dedicado a versionear su cancionero sentimental, que va de la chançon a Brasil pasando por José Alfredo. La calidad de las versiones es discutible según los gustos de cada uno, pero es mucho menos interesante que su repertorio personal. El punto fuerte de Corcobado no está en sus más bien limitadas facultades vocales, sino en la intensidad y personalidad que transmite en la interpretación de las letras. Puede ser que parte de su público -especialmente el más talludito- comparta acervo musical con él, pero a la hora de llevarlo al escenario sufre en la comparación con sus canciones. Mucho más cuando se cuelga la guitarra y larga un ensordecedor último tramo al ruidismo más radical. Si fuese él, sólo tocaría las versiones de Luna, el disco de las versiones, para los bolos en teatros con la gente sentada. Su público lo que quiere es cantar con él las canciones de toda la vida; pero las suyas, no las de otros.
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