Marranadas cuenta la historia de una mujer, Chloé, que se convierte en cerda.
La historia de cuanto le ocurre a partir de entonces, no la cuenta solo Chloé sino quienes la rodean: clientes de la casa de masajes donde trabaja, doctores, políticos, religiosos, policías… Todos los estratos de la sociedad bienpensante. Y todos interpretados por el mismo artista, Alfredo Arias, que adaptó la novela original al teatro y dirige la obra.
¿Cómo se enfrenta Alfredo Arias a esta multiplicidad de personajes? Con máscaras. Las máscaras son una elección siempre arriesgada. Por una parte son muy estéticas, lo que es bien aprovechado en el arte y la puesta en escena, un poco japo. Por otra obligan al espectador a un escalón más de abstracción. Los distintos personajes enmascarados van soltando al espectador su monólogo, cómico, airado, sensual, dramático según se han ido encontrando con la mujer cerda Chloé. Todos querían algo de ella, y todos encuentran espejo en su cerderío.
Estos monólogos se alternan con proyecciones audiovisuales que van narrando la metamorfosis de Chloé en cerda. Son breves ficciones, verdaderos cortometrajes, con un tono conscientemente naturalista, grabados en pisos y calles de Barcelona. La protagonista es Pepa Charro, más conocida como ‘la Terremoto de Alcorcón’. Y el que cuenta la historia es su cuerpo, meticulosamente observado de cerca. La actuación contenida y emocionante nos presenta a una cerda muy humana, con inocencia animal. Atenazada por ramalazos de miedo, alegría e instinto. Un personaje precioso.
Los audiovisuales dirigidos por Antoni Aloy, de mano de Agustín Villaronga -que aparece en un rol- fueron un atrevimiento y son un acierto. Atrevimiento por su descarado contraste con el tono teatral. Si en el escenario hay abstracción, minimalismo, distanciamiento, en los audiovisuales hay piel, sudor, sangre y suciedad. Acierto porque aportan a la obra el tejido emocional: Pasiones del bajo vientre, miedos primigenios, deseos subconscientes. El trabajo de dirección de fotografía de Blai Tomás y el del equipo de arte ha sido valiente e impecable -es decir, bien lleno de pecado como se buscaba.
Esta interpelación audiovisual al espectador, se alterna fluidamente con los monólogos, a modo de descansos, subidas y bajadas: olas en el mar. Monólogos y audiovisuales son picos distintos, que llaman a distintas energías de la mente y el corazón. Al final van construyendo un todo: La historia de Chloé.
Marranadas es la adaptación de la exitosa novela de Marie Darrieussecq, llamada también Marranadas. No la he leído, pero después de ver la obra me gustaría hacerlo. Hay algo muy clásico en ella. Las metamorfosis son un clásico latino (recuerdo para empezar El Asno de Oro de Apuleyo, en que un hombre se convierte en asno). Por momentos recuerda también a nuestra tradición picaresca del siglo de oro, con todos aquellos personajes de El Lazarillo o El Buscón, donde quienes rodeaban al pícaro eran grandes hipócritas que siempre fingían nobleza y querían aprovecharse. Al contrario que en La Metamorfosis de Kafka, más introspectiva, son ellos, los crueles disfrazados de caritativos, los verdaderos protagonistas de esta metamorfosis y no Chloé -hasta eso le quitan-. Quizá por eso Alfredo Arias decidió definirlos con máscaras: Los fariseos no cambian, pues ya eran así. La metamorfosis de Chloé solo los revela.
Una obra estrenada en París, nacida de una novela francesa y con la mayor parte del equipo francés, resulta sin embargo perfecta para El Matadero de Madrid. Un Madrid que en el que los hipócritas de los tiempos de El Lazarillo y El Buscón siguen machacando a cualquier diferente.
Ya lo avisa en la puerta el antiguo cartel de la nave: “Degüello de cerdos”
Marranadas
Matadero de Madrid, Nave de degüello de cerdos, del 17 al 29 de septiembre.
Horario: 20,30 h.
Entrada 13-18€
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